3/16/2008

Dos

Tus manos pudieron ser la mujer que ahora besas, y mi boca pudo llenarse de tus manos, pero preferiste ponerlas alrededor de un baso, meterlas al bolsillos, sacar dos moneda. Meterlas, ahora sí, en la boca de ella. Pero no besas la entrada de su cartera, de sus mangas ni tras su cinturón. No besas el borde de su monedero. Las metes en ella. Mojas la punta de la flecha que es su dedo extendido y par, emparentado con cierta parte de tu cuerpo a ciertas horas de la vida. Sólo para evitar la continuidad, como un suicidio, en un instante de mínima, casi nula, importancia, la multiplicas en tu mente hasta la noche en que la vuelves a ver y la mañana en la que despiertas con ella. Eso es todo. Es tu vida.

Las mismas acciones cambiarán de orden y se repetirán en los momentos más inoportunos. El personaje cambiará de nombre pero será la misma imagen mental que proyectas sobre la piel ajena. La humanidad es una masa y las personas, agrupadas por género, también lo son. El calor del petróleo se parece tanto al de un cuerpo, a veces, que enterrarías el cadáver de tus amores pasados en el desierto y te sentarías a esperar. Así es como uno se queda solo. Uno, solo, en masculino, en general. Las mujeres no hemos aprendido, sin embargo, de las ambrosías de sus besos, de las tosquedades e imprecisiones de sus manos, ni hemos terminado por concluir, con tuerto optimismo, la ecuación que da por resultado la soledad.

Pero contrariamente al engaño de los primeros versadores, la soledad es una fiesta y no un entierro. Una mano toca un pecho, un pie acaricia una pantorrilla, un dedo presiona un pezón, una lengua moja un dedo. Dos te acerca a tres, tres te acerca a cuatro, cuatro, cinco, seis orgasmos. La soledad es el camino interminable, la interminable insatisfacción. Es el arte, es el conocimiento. Y a pesar de todo lo aparente y de todos los convencionalismos que permiten a dos manos tocar dos senos, siempre estamos alegremente solos.

No comments: