Qué bonita la espumita, cómo brilla hasta en fondo del mar. Hay unas lucecitas blancas encima del agua, debajo del sol… y mientras más se le acercan, están más juntitas, como una mancha de lejía.
-¡Papá, papá! Quiero ir al mar.
Pero él se hace el loco y no me escucha. Tengo la piel pegajosa. No sé qué cosa es esto. Esta crema que me molesta; quiero quitármela.
-Renato, no dejes que te ponga eso, se siente feo, parece que te hubiera caído caramelo.
-¿Sí?, papá, ¿es de caramelo?, ¿me lo como?
-¡Renato! Escupe eso –dice papi- te va a hacer daño. Quédate quieto. Esto te protege del sol, es para que no te arda la piel como el domingo pasado, ¿te acuerdas?
Renato entrecierra los ojitos y me mira molesto porque lo he engañado. Yo me río. Me paro de un salto y me siento al costado de Oliver, mi hermano mayor.
-Oli, ¿vamos al agua?
-No, no quiero que se me quite el bloqueador, además, acabo de secarme y quiero comer.
-Vamos, estoy aburrida, por favor.
-Has estado toda la mañana en el mar, ¿no te cansas?
-No. Si no me acompañas, me voy sola.
-¡Papá! Lisi dice que se va a ir sola al mar. Anda pues, que te revuelque la ola.
¿Que me qué? Le saco la lengua y me paro. Empiezo a jalar la ropa de baño de mi papi.
-Espera, me la vas a quitar –dice él.
-Papi, quiero ir al agua, tengo calor.
-Ya, mi amor, pero ahorita vamos a comer. ¿No tienes hambre?
-Quiero helado.
-Te compro un helado después de comer –dice sacando del maletín floreado un tapper con panes. -¿De qué quieres? Hay de atún, de palta y de pollo.
Me acerco y abro los panes uno por uno, para ver cúal me provoca. Qué rico, el de pollo tiene pedacitos de pellejo y está mezclado con mayonesa. El de palta tiene más de dos dedos de relleno y el de atún tiene cebollita en cuadraditos. Hago un esfuerzo enorme para decidir:
-Quiero uno de pollo con pellejo, por favor.
Como dos, uno detrás del otro y en menos de cinco minutos he llenado mi barriguita. Oliver come despacio, con cara de fastidio; creo que le molesta el sol porque hace rato está debajo de la sombrilla y no quiere moverse de allí. Renatito, en cambio, ya se ha comido más de tres panes con palta y ahora mismo está pidiendo uno con atún. Renatito, si no lo paran, es capaz de comerse el maletín, las toallas y la sombrilla con Oliver y todo. Yo no quiero comer mucho porque me quiero meter al mar. Pero hay un perro corriendo en la orilla. Su dueño le tira una pelota y él tiene que recogerla. Si no fuera por él, me habría metido hace rato. Qué perro tan pesado, aunque es bonito… Seguro que me muerde, seguro que me acerco y me muerde, como la Negra, que me cercenó el brazo hace dos meses y aun sueño que me persigue para comerme. Qué feo, perro malo.
Mi papá está guardando las cosas de la comida, sacudiendo todo, ahuyentando las moscas.
-¡Papá! me voy al mar.
-Espera, voy contigo –dice, pero está distraído bailando entre los paquetes.
-No, papá, hace rato dices eso. Tengo calor. -Creo que no me escuchó, pero yo puedo ir sola. Sólo tengo que alejarme del perro. Cuando se valla la ola dejaré mis huellas en la arena, luego las seguiré para volver a la playa y listo. Mi papi ni cuenta se va a dar.
La ola se aleja y corro en diagonal para evitar al perro. ¡Qué rico! El agua me refresca. Me tiro contra las olitas que revientan en la orilla. Me saco ese caramelo horrible del cuerpo. Las olas del fondo dan miedo, pero estas olitas están bien: miniolitas.
-¡Niña! -grita un hombre a tres metros de mí.
-¿Yo? -le respondo señalando mi pecho.
-Sí, niña –me dice acercándose-, no entres tanto, este mar arrastra y después no sales. ¿Dónde están tus papás, con quién has venido?
Me quedé mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Tenía una enorme barriga con pelos blancos y negros, un chorcito azul desteñido y una cabeza grande y calva como un foco volteado. ¡Ja! Cabeza de foco. Pero me dieron miedo sus dientes: chuecos, chiquitos y puntiagudos, con venitas marrones, ¡guácala! Volteé para buscar mis huellas y sólo vi agua y espuma, y de mis huellas: nada, quedaron debajo del mar. Corrí hacia la arena, miré alrededor buscando a mis hermanos, la sombrilla color verde limón, a mi... ¡¡Paaapaaá!! –grité.
Mi corazón latía fuerte y comencé a temblar. Me cogí la cara y las lágrimas brotaron como regadera. Pensé que debía recorrer la playa buscándolos. Esa idea me tranquilizó. Me sequé la cara, respiré profundo y emprendí la mancha.
Caminé cerca de dos días. Caminé hacia la derecha hasta el muelle, luego giré y continué el camino hacia el fondo, hacia la última casa.
Cuando había recorrido la mitad del trayecto pensé que nunca los encontraría, que llegaría la noche y el señor de la basura me recogería como hace con las cosas perdidas, me llevaría a su casa hecha ruinas para encerrarme en un cuarto oscuro donde me crecería pelo en todo el cuerpo y me convertiría en la niña-lobo… no quise seguir pensando. Caminaba como sonámbula, sin guardar reparo en gritar, berrear y chillar.
Estaba haciendo todo un escándalo cuando una señorita se acercó y me preguntó si me había perdido.
-¿Qué pasa?, ¿estás perdida? No te preocupes, vamos a encontrar a tu mami, ahorita la encontramos, ya no llores –me dijo con una sonrisita que sólo me exasperó más; a lo que respondí con un “guaaaaaaa”,un “hmmmmmm” y un “pprrrrr”.
-Vamos –continuó con la vocecita de profesora de kinder -, ¿cómo estaba vestida tu mamá?
-Apá –decía yo, limpiándome los mocos.
-¿Qué? ¿Tu papi?
-He venido con mi papá. ¡Apaaaaaá! –y volvía a llorar.
-Cálmate. Mira, vamos a comprar un helado.
-No quiero helado, quiero a mi ¡¡¡apá!!!
-Ya, bebe, dime qué ropa tenía tu papá.
-Ropa de baño.
-¿De qué color?
-Era, era... marrón con rayitas blancas.
-¿Cómo es tu papito?
-Es alto, blanco, tiene una cicatriz en el pecho como un gusano, tiene bastante bigote, tiene rayitas blancas en el pelo en la nuca, en los hombros, en la espalda...
Recorrimos la playa como tres veces sin hallar al hombrecillo aquel, pero me comí un helado enorme mientras la señorita me llevaba a la Posta Médica de la Herradura para esperar a que me busquen.
Estaba sudando, temblando y llorando, con mi vasito descartable mordisqueado en la mano cuando me colgué del cuello de mi papá, que me llevó a casa después de agradecer algo sobre una demanda. No entendí.
Semanas después, mis hermanos, primos, tíos y hasta mis abuelitos me pedían que relate mi aventura en la playa. Lo hice mil veces y cada vez mejor: "Monstruos marinos alzaban sus colas gigantes mientras yo, perdida en la orilla, separaba las aguas y disparando proyectiles de mis dedos atómicos me alzaba en el cielo y desaparecía, aparecía y desaparecía...
–¡Lisi!, cuenta bien, pues.
–De verdad, aparecía y desaparecía.
-¡Papá, papá! Quiero ir al mar.
Pero él se hace el loco y no me escucha. Tengo la piel pegajosa. No sé qué cosa es esto. Esta crema que me molesta; quiero quitármela.
-Renato, no dejes que te ponga eso, se siente feo, parece que te hubiera caído caramelo.
-¿Sí?, papá, ¿es de caramelo?, ¿me lo como?
-¡Renato! Escupe eso –dice papi- te va a hacer daño. Quédate quieto. Esto te protege del sol, es para que no te arda la piel como el domingo pasado, ¿te acuerdas?
Renato entrecierra los ojitos y me mira molesto porque lo he engañado. Yo me río. Me paro de un salto y me siento al costado de Oliver, mi hermano mayor.
-Oli, ¿vamos al agua?
-No, no quiero que se me quite el bloqueador, además, acabo de secarme y quiero comer.
-Vamos, estoy aburrida, por favor.
-Has estado toda la mañana en el mar, ¿no te cansas?
-No. Si no me acompañas, me voy sola.
-¡Papá! Lisi dice que se va a ir sola al mar. Anda pues, que te revuelque la ola.
¿Que me qué? Le saco la lengua y me paro. Empiezo a jalar la ropa de baño de mi papi.
-Espera, me la vas a quitar –dice él.
-Papi, quiero ir al agua, tengo calor.
-Ya, mi amor, pero ahorita vamos a comer. ¿No tienes hambre?
-Quiero helado.
-Te compro un helado después de comer –dice sacando del maletín floreado un tapper con panes. -¿De qué quieres? Hay de atún, de palta y de pollo.
Me acerco y abro los panes uno por uno, para ver cúal me provoca. Qué rico, el de pollo tiene pedacitos de pellejo y está mezclado con mayonesa. El de palta tiene más de dos dedos de relleno y el de atún tiene cebollita en cuadraditos. Hago un esfuerzo enorme para decidir:
-Quiero uno de pollo con pellejo, por favor.
Como dos, uno detrás del otro y en menos de cinco minutos he llenado mi barriguita. Oliver come despacio, con cara de fastidio; creo que le molesta el sol porque hace rato está debajo de la sombrilla y no quiere moverse de allí. Renatito, en cambio, ya se ha comido más de tres panes con palta y ahora mismo está pidiendo uno con atún. Renatito, si no lo paran, es capaz de comerse el maletín, las toallas y la sombrilla con Oliver y todo. Yo no quiero comer mucho porque me quiero meter al mar. Pero hay un perro corriendo en la orilla. Su dueño le tira una pelota y él tiene que recogerla. Si no fuera por él, me habría metido hace rato. Qué perro tan pesado, aunque es bonito… Seguro que me muerde, seguro que me acerco y me muerde, como la Negra, que me cercenó el brazo hace dos meses y aun sueño que me persigue para comerme. Qué feo, perro malo.
Mi papá está guardando las cosas de la comida, sacudiendo todo, ahuyentando las moscas.
-¡Papá! me voy al mar.
-Espera, voy contigo –dice, pero está distraído bailando entre los paquetes.
-No, papá, hace rato dices eso. Tengo calor. -Creo que no me escuchó, pero yo puedo ir sola. Sólo tengo que alejarme del perro. Cuando se valla la ola dejaré mis huellas en la arena, luego las seguiré para volver a la playa y listo. Mi papi ni cuenta se va a dar.
La ola se aleja y corro en diagonal para evitar al perro. ¡Qué rico! El agua me refresca. Me tiro contra las olitas que revientan en la orilla. Me saco ese caramelo horrible del cuerpo. Las olas del fondo dan miedo, pero estas olitas están bien: miniolitas.
-¡Niña! -grita un hombre a tres metros de mí.
-¿Yo? -le respondo señalando mi pecho.
-Sí, niña –me dice acercándose-, no entres tanto, este mar arrastra y después no sales. ¿Dónde están tus papás, con quién has venido?
Me quedé mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Tenía una enorme barriga con pelos blancos y negros, un chorcito azul desteñido y una cabeza grande y calva como un foco volteado. ¡Ja! Cabeza de foco. Pero me dieron miedo sus dientes: chuecos, chiquitos y puntiagudos, con venitas marrones, ¡guácala! Volteé para buscar mis huellas y sólo vi agua y espuma, y de mis huellas: nada, quedaron debajo del mar. Corrí hacia la arena, miré alrededor buscando a mis hermanos, la sombrilla color verde limón, a mi... ¡¡Paaapaaá!! –grité.
Mi corazón latía fuerte y comencé a temblar. Me cogí la cara y las lágrimas brotaron como regadera. Pensé que debía recorrer la playa buscándolos. Esa idea me tranquilizó. Me sequé la cara, respiré profundo y emprendí la mancha.
Caminé cerca de dos días. Caminé hacia la derecha hasta el muelle, luego giré y continué el camino hacia el fondo, hacia la última casa.
Cuando había recorrido la mitad del trayecto pensé que nunca los encontraría, que llegaría la noche y el señor de la basura me recogería como hace con las cosas perdidas, me llevaría a su casa hecha ruinas para encerrarme en un cuarto oscuro donde me crecería pelo en todo el cuerpo y me convertiría en la niña-lobo… no quise seguir pensando. Caminaba como sonámbula, sin guardar reparo en gritar, berrear y chillar.
Estaba haciendo todo un escándalo cuando una señorita se acercó y me preguntó si me había perdido.
-¿Qué pasa?, ¿estás perdida? No te preocupes, vamos a encontrar a tu mami, ahorita la encontramos, ya no llores –me dijo con una sonrisita que sólo me exasperó más; a lo que respondí con un “guaaaaaaa”,un “hmmmmmm” y un “pprrrrr”.
-Vamos –continuó con la vocecita de profesora de kinder -, ¿cómo estaba vestida tu mamá?
-Apá –decía yo, limpiándome los mocos.
-¿Qué? ¿Tu papi?
-He venido con mi papá. ¡Apaaaaaá! –y volvía a llorar.
-Cálmate. Mira, vamos a comprar un helado.
-No quiero helado, quiero a mi ¡¡¡apá!!!
-Ya, bebe, dime qué ropa tenía tu papá.
-Ropa de baño.
-¿De qué color?
-Era, era... marrón con rayitas blancas.
-¿Cómo es tu papito?
-Es alto, blanco, tiene una cicatriz en el pecho como un gusano, tiene bastante bigote, tiene rayitas blancas en el pelo en la nuca, en los hombros, en la espalda...
Recorrimos la playa como tres veces sin hallar al hombrecillo aquel, pero me comí un helado enorme mientras la señorita me llevaba a la Posta Médica de la Herradura para esperar a que me busquen.
Estaba sudando, temblando y llorando, con mi vasito descartable mordisqueado en la mano cuando me colgué del cuello de mi papá, que me llevó a casa después de agradecer algo sobre una demanda. No entendí.
Semanas después, mis hermanos, primos, tíos y hasta mis abuelitos me pedían que relate mi aventura en la playa. Lo hice mil veces y cada vez mejor: "Monstruos marinos alzaban sus colas gigantes mientras yo, perdida en la orilla, separaba las aguas y disparando proyectiles de mis dedos atómicos me alzaba en el cielo y desaparecía, aparecía y desaparecía...
–¡Lisi!, cuenta bien, pues.
–De verdad, aparecía y desaparecía.
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2 comments:
Cuenta bien pes.
Carajo!, qué maravilla de final Crespo. qué putañera maravilla
Es el mejor relato que he leido, han pasado ya 3 horas y aún sigo riendo, lo guardaré para leerselo a mi pequeña cuando este mas grande y quiera llevarla a la playa.
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